El reto de naturalizar el patio de la escuela

Complejidad para dar respuesta a diferentes situaciones

“Si la escuela debe ser un aprendizaje de la vida, hagamos que la escuela sea la misma vida… Que tenga corazón y lata, que emocione, que entristezca, que se alegre, que celebre fiestas y llore luto.”
— Artur Martorell

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Miradas compartidas y saberes diversos convergen en un proyecto que transforma la escuela en un espacio de vida. Conscientes de que cada pequeña acción es un paso hacia el siguiente, avanzamos sin prisas, pero con la firme visión de construir un proyecto global, continuo y dinámico. Un proceso de transformación que se despliega a través de intervenciones progresivas, con el compromiso de crear un lugar verdaderamente educativo y vital.

Naturalizar la escuela es acoger, cuidar, recordar. Es permitir que florezcan emociones que tejen vínculos desde el nacimiento. Es construir una conciencia vital que nos recuerde que formamos parte de la naturaleza. Esta nos ofrece las condiciones para imaginar y construir, día a día, una nueva forma de educar.

Una escuela viajera, como decía Loris Malaguzzi:
“…una construcción viajera, en ajuste continuo, basada en las dinámicas interactivas de sus protagonistas y de sus capacidades de combinación, donde cada una de las partes se mueve con su identidad y sus deberes, trenzando ligaduras de reciprocidad y cooperación.” (Malaguzzi, L., 1996)

Acoger la vegetación como un elemento esencial permite generar un entorno saludable y lleno de bienestar. La vegetación despierta todos los sentidos. Es maestra de arquitectura, bella y diversa, útil y necesaria para la salud.

Naturalizar significa también devolver al patio la esencia de su paisaje autóctono. Reconocer los ecosistemas y entornos naturales de la zona, recuperarlos y reflejar en ellos la identidad y cultura local. Tal como propone el Convenio Europeo del Paisaje:
“Proteger, gestionar y planificar el paisaje implica derechos y responsabilidades para todos.” El paisaje se convierte así en un recurso pedagógico clave para sensibilizar a las nuevas generaciones y fomentar su compromiso con el cuidado del entorno.

Una escuela arraigada en su barrio, pueblo o ciudad. Abierta más allá de sus muros, donde lo que ocurre dentro dialoga con lo que ocurre fuera. Donde adultos y niños interactúan y crecen juntos.

Plantar árboles, arbustos, trepadoras y plantas no es solo embellecer el espacio, sino crear sombra, disminuir el ritmo, generar recorridos. Donde la naturaleza nos cuida y nosotros respondemos cuidándola a su vez.

Emergen así nuevos perfiles profesionales, como el tallerista-jardinero, que puede hacer realidad estos proyectos coordinándose con la comunidad y acompañando los sueños e ideas que nacen de las criaturas. Proyectos que necesitan tiempo, espacio y materiales.

Diseñamos espacios que expresan nuestras intenciones educativas. Espacios que acogen la diversidad y cohesionan al colectivo. Que generan sentido de pertenencia, identidad, comunidad. Lugares cooperativos, interactivos, singulares, amables y acogedores. Que invitan a quedarse, a ser vividos y compartidos.

Es un camino complejo, lleno de incertidumbres. Pero cada dificultad es también una oportunidad para aprender, para hacernos nuevas preguntas, para crecer. Nos invita a desarrollar habilidades que aún no sabíamos que teníamos.

Creamos zonas diversificadas que sugieren caminos e itinerarios, favoreciendo la continuidad entre el interior y el exterior. Ambientes armoniosos, que invitan, que provocan su uso, considerando la tridimensionalidad del espacio.

Pavimentos con texturas diversas para juegos de movimiento, descanso y silencio.
Espacios para encuentros: ágoras, mesas, bancos.
Lugares para experimentar libremente o con acompañamiento, donde cultivar, observar y crear pequeños ecosistemas.
Fuentes para beber, papeleras para reciclar.
Bancos que delimitan, que invitan al reposo, al encuentro, a la observación.
Materiales y rincones para crear aventuras: cabañas, ríos, elementos para trepar.
Zonas que vinculan deporte y naturaleza: pistas polivalentes para practicar deportes diversos, patinar, ir en bicicleta.
Espacios abiertos al barrio, al pueblo, pensados para la vida cotidiana y para celebraciones, fiestas o eventos culturales.
Materiales sueltos (loose parts) que inspiren el juego y la construcción: maderas, cajas, troncos, telas y otros tesoros que la comunidad pueda aportar.

De patio a jardín: un paisaje vivo donde acoger, cuidar y recordar. Un espacio donde florecen emociones que construyen nuestra conciencia vital, siempre en contacto con la naturaleza. Hoy, la neurociencia reconoce los beneficios de los entornos naturales para la salud, el aprendizaje y el bienestar. La naturaleza nos toca en lo físico, en lo mental, en lo emocional. En estos tiempos de cambio climático, necesitamos refugios verdes, árboles y arbustos que capturen carbono y nos regalen oxígeno.

Tenemos el derecho y el deber de contar con espacios naturales cuidados y queridos. No son un lujo, son una necesidad. A través de ellos aprendemos a mirar lo pequeño, lo visible a los ojos de los niños. Son contextos privilegiados para establecer un vínculo profundo y real con la naturaleza. Un vínculo que debería estar presente en todos los ámbitos educativos desde el nacimiento. Tejer este vínculo es como desenrollar un hilo de seda invisible, que va enraizando en la tierra y en el mundo que habitamos.

Una demanda del colectivo:
“Necesitamos tiempo para el debate interno, ya sea a solas o acompañados por saberes de otras disciplinas. Si queremos construir un nuevo paradigma, debemos salir de las individualidades y dar respuestas colectivas, desde la corresponsabilidad, desde la experiencia compartida y desde los saberes que la comunidad nos ofrece. Así construiremos criterios, valores y acciones.”

Textos entregados en la jornada:


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